viernes, agosto 26, 2005

La recuperación de la identidad conjunta (Nuevas realidades del progreso) | Autor/a: Santi Benítez (Sun_Tsu)

"Los progresistas no se mueren, se siembran..."


Menos la palabra progresistas, todo lo demás en la frase anterior es del maestro Pablo Iglesias.


La izquierda contemporánea es plural, ajena a jerarquizaciones en su seno de tipo formal, fiel reflejo de todo lo que comparece en la actualidad, no deja de ser novedoso que lo que más difiere de periodos precedentes, aún dando por hecho que no haya acuerdos sobre principios o “criterios”, es la búsqueda de espacios comunes entre las diferentes tendencias que permita intercambiar impresiones e ideas. Difuminando la barrera, antes más clara, de lo que debe ser el mundo en progreso continuo, progreso del que, con seguridad, la izquierda ha sido, es y será siempre paradigma.

Durante el siglo pasado alguien dijo que la izquierda no tenía razón de ser, que las ideologías habían muerto bajo el peso de la caída del muro de Berlín, que era imposible reestablecer las divisiones mundiales. En esto último tenían razón, en el sentido de que los nuevos modos de producción y la globalidad económica han creado una explosión y una implosión en todo lo referente a lo humano.
Este desplazamiento de la organización económica hacia marcos que rebasan el espacio regional ha producido la movilidad de capitales y bienes, no así de personas. Mientras que un juguete de Disney fabricado por niños aparece a la venta en el primer mundo en tres días después de su manufactura, las personas no son libres de llegar a esos mercados del primer mundo. Estableciéndose así la primera clarificación de esta globalización económica: Las fronteras existen para defender esos mercados. Y la primera incongruencia: Esas fronteras sólo existen en el primer mundo, si el resto del orbe intenta hacer lo mismo es un ataque a la globalización económica y al libre mercado.


La idea de megamercado no significa libre mercado, idea esta última que todavía tiene una medida. El libre mercado entre los países del primer mundo tiene unos límites bien definidos, el megamercado, fuera del primer mundo, los hace borrosos, haciendo imposible la aplicación de soluciones ideológicas clásicas a nivel local. Esto ha sido básicamente producido por la velocidad de trasmisión de la información, la capacidad de desplazamiento inmediato a cualquier parte del globo desde el primer mundo en cualquier momento.


La izquierda se ha enfrentado a esto partiendo de su impronta histórica, manteniendo el sentido clasista a veces, y otra haciendo ejercicios de estilo que se remontaban incluso más atrás. Hubo momentos en los que se planteo la imposibilidad de hacerse cargo del proceso moderno (la idea de progreso, de perfectibilidad continua) con lo que sólo quedaba regresar a los cánones clásicos y producir en torno a ellos el progreso. Yo no coincido con ello, porque para mi la pregunta de “¿que es la izquierda?” sigue siendo una cuestión abierta. De la misma forma que el arte, puede ser cualquier cosa, y no existe acuerdo posible sobre lo que puede o no puede ser.
Pero tenemos una ventaja. Pondré el ejemplo de la aceptación de la necesidad del mercado. Mientras que la izquierda ha aceptado esa necesidad como algo innegable, la liberalidad viene negando la necesidad del Estado desde hace más de tres siglos. Cuando la realidad es que, al igual que existe el megamercado, se hace necesario una respuesta megaestatal para frenar su voracidad de carne humana.


Una de las frases más estúpidas que existen es que el mercado se regula a si mismo. Y la demostración práctica más simple de que eso no es cierto está en la ecología. La incapacidad del mercado para regular el gasto energético, llegando incluso a hacer ingentes esfuerzos para resistirse al uso de energía alternativas o a aplicar métodos de control de la contaminación atmosférica o fluvial de tipo industrial, lo demuestra. Esto convierte al liberalismo en un dinosaurio anterior al nazismo o al stalinismo.


La izquierda sólo debería tener un objetivo: La idea de progreso, de perfectibilidad continua.


Una máxima de la izquierda actual, en orden a esa imposibilidad de progreso real, consiste en ocupar en cierto modo su papel. Frente a la idea de progreso que dominó el siglo XX, hoy muchos ideólogos se plantean la creación de lugares, la producción de espacios, de ambientes, una topografía, generar una interacción que refunde y dé entidad a pequeños espacios circundantes. Casi hablaríamos de la izquierda como arma de operaciones de micro progreso. La cuestión es ¿Qué se gana y que se pierde con la disolución del progreso como idea de un fin absoluto en si mismo, como objeto mastodóntico?


Ese micro progreso hace que se pierda en espectacularidad, es decir, la idea de un progreso absoluto para toda la humanidad pasa por entender que lo que es progreso para alguien que vive en Méjico no es lo mismo que para una persona que vive en Camboya. Y no porque sean dos micro espacios diferentes, es porque son culturas diferentes, formas diferentes de vivir, formas de entender la vida diferentes. La multiculturalidad nos lleva a plantearnos que un edificio no tiene porque ser occidental para ser bonito y cumplir con su función, que las galerías no tienen que estar bien trazadas, o tener las mismas proporciones, que incluso la entrada puede estar colocada de forma completamente absurda para un occidental, pero no por ello deja de ser espectacularmente funcional y bella. Es lo que se ha dado en llamar lo sígnico, una emancipación o un deriva de la función simbólica, si se quiere, del progreso que se corresponde a una era mediática.


Esa es la consecuencia, el progreso como signo multicultural que desplaza la idea del progreso como objeto conjunto construido de forma occidental.
El movimiento moderno del siglo XX realizó toda una investigación acerca de las relaciones entre función, forma y estructura del progreso. Estableció un marco claro que delimitaba su quehacer y organizaba sus operaciones. Y lo hizo en el horizonte de una economía de medios, de búsqueda de mínimos en relación al total. Y ello fue posible gracias a una abstracción porque se entendía el progreso como objeto conjunto construido de forma occidental. Esa ha sido una de las claves de la idea de progreso durante el siglo XX. Claves que tienen que ver con el énfasis puesto en el progreso como objeto conjunto y no en las relaciones entre ese progreso y el paisaje y el contexto en el que debe ser desarrollado.


Bajo mi punto de vista, actualmente eso es una locura. Una dinámica absurda, aburrida e incoherente. El progreso no sirve de nada sino es un progreso integrado en ese paisaje, en ese contexto en el que debe ser desarrollado. Si pensamos en un progreso que no se integre obtendremos más desigualdades que igualdades. Es algo que ya vemos hoy día con la idea de libre mercado en países como la India, en donde se inhabilita en buena medida la relación social, la vida en común, la capacidad cultural perteneciente a cada lugar de vivir integradamente.


La recuperación del lugar, del micro progreso, debería ser una constante en la idea de progreso general, trasladar la idea del regionalismo crítico a la idea de progreso, como forma de recuperar espacios para las personas frente a la difuminación del espacio y del tiempo que pretende el mercado sin control que propugna medidas fijas, estables, que instauren la globalidad económica sin atender a ningún otro parámetro.


¿Cómo se hace esto? ¿Cómo puede combinarse la abstracción del progreso, la perspectiva básicamente conceptual, que es un hecho irrebasable, con la atención a ese micro proceso? Tampoco a través del reduccionismo o el simplismo a las condiciones del lugar. No se trata de una actitud imitativa. Creo sinceramente que se trata de producir un progreso que dé lugar al uso de formas y estrategias de interacción con el contexto en el que se ha de desarrollar ese micro progreso.
Uno de los grande ejemplos de lo que quiero decir es el Brasil costero o los pueblos costeros de Mali. Sitios en los que en ese proceso de micro progreso se implican de forma real las personas, obteniendo por esa implicación beneficios que poco o nada tienen que ver con lo prometido por el liberalismo, porque ellos nada tienen que ver, ni culturalmente ni vernáculamente con esas ideas que, no lo olvidemos, no dejan de ser occidentales. Brasil es uno de los ejemplos más claros de cómo las instituciones públicas y las empresas pueden hacer que los ciudadanos intervengan de forma objetiva y activa en el gobierno y en el progreso de sus ciudades. Sin ir más lejos hay varias empresas brasileñas, que hace unos años no daban más que pérdidas y ahora mismo han triplicado los beneficios (sólo diré que uno de los sistemas que usan es que cada trabajador se pone su horario, decide cuantas horas trabaja, por ejemplo Ôo!).


¿Es esto una visión realista de lo que debería ser el progreso, de lo que debería ser el trabajo de la izquierda durante este siglo XXI?
No lo sé compañer@s, eso lo deberían decidir ustedes, ¿No creen?



Ôô-~



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